lunes, 15 de noviembre de 2010

Episodio 9: La desaparición





Episodio 9: La desaparición

La operación estaba siendo un éxito, al menos para Galindo. A cada paso que daba, su sádica sonrisa, invisible detrás de la mascarilla, se hacía más y más grande. Se acabó Merino, aquí y ahora. El corazón de Isaac, y su vida estaba en sus manos, en las manos de un psicópata, de un sádico y de un matasanos en todos los sentidos.


Mientras tanto, Barby esperaba con impaciencia en la puerta del quirófano. Sentía como su corazón era oprimido por una mano invisible, por el temor, el terror de que su querido doctor no sobreviera a la intervención, y más teniendo en cuenta quién era el cirujano de esta intervención. No podía pensar, no podía sentir… tan sólo esperar.


Al fin ha bíallegado el momento que estaba esperando el doctor Galindo. Su grotesca mente maquina y maquina… una operación a corazón abierto, un marcapasos, la muerte de Isaac, y todo en sus manos. ¡Se acabó Merino, llegó la era de Galindo!


Pero súbitamente, se apagaron las luces, y con ello las máquinas. Un tenue chirrido metálico se escuchó dentro del quirófano, para sorpresa de todos. Un sonido indescriptible, que se asemejaba a “algo” metálico. Los médicos comenzaron a hablar entre ellos, mientras sonaban los variopintos insultos por parte de Galindo, en un esfuerzo intentando mantener la compostura. Un grito que atravesó la sala contrastó el intento de Galindo, o de cualquiera de los presentes: Bárbara. El llanto de la sevillana desgarrando el silencio de un hospital bañado en las penumbras provocó la reacción de los demás miembros del quirófano, quee intentaron desesperadamente estabilizar a Merino. Pero para sorpresa de todos, encuentran la camilla vacía. Isaac Merino había desaparecido, y con ello, toda esperanza por parte de Galindo para matarlo, y de Barby para mirarse en sus ojos un día más. Nadie comprendía nada, nadie había oído nada, ni había visto nada. Tan sólo un chirrido metálico, y la desaparición de Isaac Merino del quirófano.













Pido perdón por el tiempo que me he tomado, pero Marcus ha vuelto. Ésto es solo un aliciente, lo fuerte viene en el capítulo 10. ¿Qué es el chirrido? ¿Qué ha sucedido con Merino? Lo sabréis la próxima semana.

lunes, 14 de junio de 2010

El Accidente


Episodio 8: El Accidente



La ambulancia llegó rápidamente al sanatorio. Manolito se dirigió con celeridad a buscar al jefe de la guardia médica, mientras que Barby preparaba a Isaac para la reanimación con choque de eléctrico de corriente continua. Merino no podía morir, su héroe no merecía morir así, la única persona que creyó en ella estaba al filo de caer para siempre en las profundidades del abismo.
Manolito no encontró al jefe de la guardia, y fue por el único doctor que se hallaba disponible en ese momento. Pero el galeno parece no estar demasiado contento de que lo hayan llamado.
— ¿Pa’ esto me haces levantarme de mi siesta? ¿Para un colgao que le ha dado un infarto?
— Doctor Galindo, no es cualquier persona. Es el doctor Isaac. Y para eso le pagan, después de todo.

Una maliciosa sonrisa se dibujó en el rostro del cirujano novato Galindo. Gracias a sus contactos, lo sabía todo de todos sus “enemigos”, entre ellos, Isaac Merino. Sabía perfectamente el estado de su débil corazón. Sabía que necesitaba un marcapasos con urgencia mortal. Sabía que Merino no quería depender de uno… pero sobre todo, sabía que en las operaciones a corazón abierto sucedían “accidentes”. Una vez en la sala de urgencias, sin siquiera echar una mirada al paciente, Galindo ordenó a Bárbara, con un dejo de desprecio en la voz:

— El paciente tiene un corazón muy débil, confirmadlo en su historial. Me llevo al vejestorio al quirófano nº4, que es el que está disponible ahora. Voy a ponerle un marcapasos.
— Un momento, Galindo. Sabes lo que piensa Isaac de…
— Eh, eh, enfermerita. Callaita estás más guapa. A Merino se le instalará un marcapasos, te guste a ti o no. ¿Queda claro, niñatilla? ¿O prefieres que hable con el doctor Fuentes de tu impertinencia? No creo que tenga problemas de mandarte a la puta calle, a comer basura y a vivir debajo de un puente como has estado toda tu vida.

En el bello rostro de Bárbara se dibujó una mueca parecida al odio, mientras le lanzó una fulminante mirada.
— Lo siento doctor Galindo, no volverá a suceder.
— Así me gusta. Avisa que preparen el quirófano, llévate al vejestorio y tenlo preparadito, que lo voy a rajar.

La corrupta mente de Galindo comenzó a maquinar. ¡Todo preparado…! ¡Al fin iba a quitarse de encima a Merino! Todo sería visto como un problema de Manolito. Había llegado demasiado tarde, y ya no se podía hacer nada. La verdad estaría oculta por un suave velo… la muerte sería en el quirófano… y con un marcapasos en su corazón.

domingo, 6 de junio de 2010

Jägers


Episodio 7: Jägers



Todo sucedió demasiado rápido para Bárbara. La puerta del apartamento del doctor Merino había sido forzada, y éste sufrió un infarto, además del extraño comportamiento de su tutor y amigo. Algo estaba afectando al juicio de Merino, modificando su comportamiento, llenando su mente de dudas; pero lo que más consternaba a la sevillana no era esto, sino sentir una extraña distancia de quien fuera su salvador, de aquel que la había rescatado de una vida al filo de la realidad.
La ambulancia llegó quince minutos después de haber sido llamada desde el domicilio del Isaac. Bárbara, enjugada en lágrimas, no se había movido de la vera de Merino, esperando pacientemente la llegada del equipo médico. Los galenos subieron rápidamente hasta la segunda planta, donde se encontraba el paciente, yaciendo en el frío suelo de mármol. Barby reconoció a uno de ellos, un tal Manuel “Manolito” Carbonell, recién llegado al Hospital del Mar. Su voluminoso pelo rizado lo distinguía por encima de todos los demás, al igual que su ancha nariz, que contrastaban con su finísimo rostro. Su comportamiento no era el mejor ni el más indicado para un novato, pero aún así, nunca se callaba nada… aunque eso sacara de sus casillas a Galindo.

Bárbara, con aire ausente, miró a Manolito. Rápidamente, su mente volvió a la realidad.

¡Rápido, lleváoslo, Isaac ha sufrido un infarto!

¿Por qué no has hecho nada, Bárbara? ¿Por qué no has intentado reanimarlo? ¿Sabes que podría morir por tu infantil reacción? ¿Eres consciente de ello?

¡Sí, lo soy, Manolito, lleváoslo, y no perdáis más tiempo!

Sí, sí… pero vete preparando para una buena por parte del director Fuentes.

Mientras hablaba, Manolito comenzó a realizarle masajes cardíacos, alternándolos con respiración boca a boca, pero no había forma: Isaac no reaccionaba. Bárbara se marchó junto a Manolito y todo el equipo médico, preparándose para las consecuencias de sus actos. Pero había omitido un detalle, o más bien, se había olvidado de ello. La cerradura de la puerta del apartamento de Isaac había sido forzada. Alguien había entrado buscando algo. ¿Pero quién? Si Bárbara hubiera entrado, quizás hubiera visto a un indigente bebiendo la botella de whisky escocés del buen Merino. Quizás se hubiera dado cuenta que el miserable estaba leyendo fotocopias del famoso diario. Sí, Isaac había mentido, incluso había fotocopiado el diario, para poder entender un misterio que lo obsesionaba. Al paupérrimo individuo se le dibujó una gran sonrisa en el rostro.

Bueno, bueno… Se ve que el doctor les va a dar muchos problemas a “aquellos”, quizás es hora de que los Jägers muevan ficha.


jueves, 27 de mayo de 2010

El Marcapasos


Episodio 6: El Marcapasos



El pequeño balcón del apartamento de Isaac se esbozaba tenuemente sobre la segunda planta de un humilde bloque de pisos, en la críptica y brumosa noche en el Carrer Ferrán número treinta y seis. Las siluetas de los transeúntes eran fugaces ráfagas de realidad para la perturbada mente del Doctor Merino.

Isaac no podía pensar, no podía responder, no podía comprender las banalidades de las que hablaba Bárbara. Su mente estaba sumergida en una vorágine de recuerdos, en un bucle constante, un círculo perfecto e infinito, que no se detenía.

Isaac, ¿Te pasa algo? Estás como en un viaje de raro desde que salimos del estacionamiento.

¿Eh? Ah, perdón Bárbara, es que tengo un par de… complicaciones con… algunos casos en el hospital y me tienen un tanto preocupado, sólo eso.

¿Seguro? Tú sabes que para eso estoy, si tienes algún problema, puedes contármelo.

Sí, lo sé Barby. Tranquila, no es nada, confía en mí.

Bueno, más le vale doctor Merino… ¡O tendremos problemas!

Sí señorita Heredia. No quiero tener problemas con la única fanática de la salsa especial Merino.

Hablando de esa salsa. ¡Ya es hora de probarla de nuevo!

Sí, subamos. Siento haberte preocupado, Barby.

Nada hombre, tú no te preocupes, que me preocupo porque quiero. Pero no quiero verte agobiado por tonterías, ¿Le ha quedado claro don Merino?

Sí, muy clarito. ¿Ya podemos entrar?

Isaac introdujo la llave en el antiguo pórtico de madera. Al abrirla, la desvencijada puerta, de la cual lo único renovado era la cerradura, cambiada hace diez años, dejó escapar un ligero pero contundente crujido. El suave espiral grisáceo de las escaleras era iluminado sutilmente por las pequeñísimas luces que acompañaban el infinito espiral de peldaños. Era un edificio antiguo, Merino creía que debía tener más de cincuenta años. Jamás nadie se había preocupado por colocar un ascensor, así que la única forma que había de subir era mediante las desvencijadas escaleras.

Bárbara ya estaba acostumbrada al tétrico edificio, no era la primera ni sería la última vez que visitaba al bueno del doctor. Merino cuidaba de la joven sevillana como si fuese la hija que nunca tuvo, aunque los sentimientos de esta iban más allá de los lazos familiares.

Mientras subían la sinuosa escalera hacia la segunda planta, Isaac escuchó un extraño chirrido metálico, irreconocible para el doctor. Merino intentó agudizar su oído para detectar de dónde provenía el desconocido sonido, pero la errática resonancia, como si hubiera adivinado lo que pensaba el doctor, cesó de forma casi instantánea.

Cuando Isaac se quiso dar cuenta, estaba en la puerta de su departamento, con Barby a su lado, quien esbozaba una sonrisa que sería capaz de derretir hasta al mismísimo glaciar Petermann. Merino le devolvió la sonrisa, y se dispuso a abrir la puerta, pero algo le llamó la atención: la cerradura había sido forzada. El cerebro de Isaac estaba sufriendo un momento crítico: las amenazas de Galindo, el Vórtice, el diario de Marcus, y ahora esto. Merino sintió un agudo dolor en el pecho. Su mano, de forma automática se dirigió al foco del dolor: su corazón. El mismo corazón débil, que le causó a su madre tantos problemas cuando Isaac era pequeño. El mismo que le hizo dudar en más de una ocasión si merecía realmente la pena estar vivo. El mismo que cuando sufría problemas o estaba bajo presión, comenzaba a lanzar suaves y constantes estocadas hasta convertirlo en una tortura. Isaac era una persona práctica, una persona que creía en la evolución de la ciencia, pero que jamás había aceptado la ayuda de un marcapasos para poder superar aquel grave problema. “Eso es para viejos, y yo estoy en la flor de la vida”, era lo que decía Merino cuando se le preguntaba sobre el “reloj”. Pero en aquel momento, con Bárbara a su lado mirándolo con impotencia, se preguntó al fin: “¿Por qué no habré aceptado la intervención? ¿Por qué no habré aceptado el marcapasos?” Pero ya era demasiado tarde. Isaac Merino cerró sus ojos, pensando otra vez en ese maldito y débil corazón, dándole problemas. Aunque esta sería tal vez la última.

El rostro de Barby empañado en lágrimas, llamando urgentemente al hospital solicitando una ambulancia, fue lo último que consiguió ver Isaac, mientras caía en las tinieblas del olvido.


lunes, 3 de mayo de 2010

El Vórtice





Episodio 5: El Vórtice



Luego de un ajetreado día de trabajo y de dejar todo listo para el próximo día, Isaac se dirigió al estacionamiento. Un inmenso lugar que tiene historia. Según las señoras de la zona, en ese mismo lugar fusilaban a los rojos que intentaban luchar contra el régimen, y desde entonces sus almas rondan en reclamo de justicia por el recinto. Estas historias siempre le parecieron a Isaac Merino un mito popular, aunque después de lo acontecido, ya no sabe qué pensar. ¿Acaso tamaño mito urbano podía cobrar vida, tal como pensaban los antiguos romanos acerca de sus muertos, que devenidos en lémures salían de sus tumbas para hostigar a ciertos vivos? ¿Es posible que los muertos tuvieran asuntos pendientes en nuestro mundo, y vagasen por sitios cerrados, sin poder saborear la vida, que escapaba de la existencia de los mismos espectros? Merino fue por su automóvil, un modelo de esos que no dejaba indiferente a nadie, tanto para bien como para mal. Galindo solía hacer comentarios en su grupo de amistades (que, según él, abarcaba todo el hospital) sobre el coche del doctor Merino, intentando fomentar el odio hacia el buen doctor, como si de una vieja cotilla de barrio se tratara. Por otro lado, el flamante Karmann Ghia gris de Isaac era el automóvil favorito del Director Fuentes, por lo que más de una vez le pedía que lo llevara a dar una vuelta por los recónditos lugares de Barna, sumergiéndose así en una fantasía de la que tan sólo eran partícipes los dos viejos amigos.

La edad no perdona a nadie, ni siquiera a Isaac, quien intentaba buscar su coche, sin que la suerte esté de su lado.
— ¿Dónde lo habré dejado? ¡Madre mía, que dolor de cabeza! Hoy ha sido un día muy duro y ajetreado, y además… esa luz. Piensa Isaac, piensa. ¿Dónde dejaste el coche? Un momento…
Isaac parece recordar algo: la alarma de su coche.
— Bueno, mejor es nada. A tocar el botoncito de la alarma y a guiarme por el sonido, no me queda otra. Al menos sé que estaba en esta planta, mejor esto que nada.

Súbitamente, una figura se movía en círculos alrededor del doctor Merino entre las sombras del oscuro estacionamiento. El aparcamiento estaba totalmente vacío, y el eco de una gotera retumbaba incesantemente. La sombra comenzó a acercarse cada vez más a Isaac, creando órbitas alrededor de éste, hasta que Isaac sólo ve sombras. ¿Qué era eso? ¿La leyenda urbana de los fantasmas era cierta? ¿No eran los fantasmas seres etéreos, translúcidos, y que no tenían contacto con los humanos?
Isaac Merino nunca había tenido tanto miedo en toda su vida. Nunca había albergado tal sentimiento en su corazón. Miedo a lo desconocido, a aquello que la ciencia no era capaz de explicar. Jamás en todos sus años de servicio había visto a nadie moverse así, ni a los soldados más entrenados, ni a los atletas más ágiles. Jamás. Aquello que se encontraba rodando alrededor del doctor no era humano, estaba seguro de ello. El vórtice cada vez se cerraba más y más su alrededor. Isaac se decide, su mente consigue relajarse, aunque no del todo, lo suficiente como para intentar una jugada arriesgada… una apuesta: todo o nada.

— ¡Eh, tú, loco de mierda! Fantasma, espectro, lémur, bicho raro, lo que seas. ¿Me Oyes? ¿Qué quieres de mí?
— Tú… eres… Isaac… Merino.
— Sí, soy yo, qué listo eres bicho negro.
— Tu... hilo... del…destino…ha…sido…vinculado…al…mayor…hilo…de…
Todos… al… hilo… rojo… al… hilo… del… Renegado.
— ¿Renegado? ¿Qué quieres decir? ¿Quién eres?
— Has…visto… “La Luz”… debes…ser…purificado…
— ¡Un momento! ¿Qué era esa luz? Si sabes algo, por favor, dímelo. Me da igual quién seas o qué quieras, pero necesito saber qué significaba todo eso.
— Aún… no… es…el…momento…Isaac…Merino.
— ¿Y cuando lo será? ¡Dímelo!

A lo lejos, al otro lado del parking, se escuchan pasos rápidos. El chapoteo a través de la gotera delata la posición de la otra persona, que se dirige hacia el coche del doctor.

— ¡Doctor Merino, soy Bárbara! ¿Está usted por aquí? ¡Se ha olvidado su cartera en la consulta, aquí se la traigo!

No, todos menos ella. La pequeña Barby, a quien consiguió que admitieran como enfermera, a quien él mismo salvó de vivir como una indigente. Todos menos ella. Isaac intenta pasar a través de la vorágine negra, pero es inútil.

— Otro…hilo…se…ha…unido…al…hilo…rojo…
— ¡No, no mezcléis a Bárbara en esto, no tiene nada que ver!
— Aún…no…es…el…momento. Nos…volveremos… a…encontrar… Ermitaño… Isaac… Merino…
— ¡Eh, espera!

La sombra se ha disipado, el vórtice ha desaparecido. Todo ha vuelto a la normalidad, e Isaac se encuentra cada vez más confuso. ¿Hierofante? ¿Una sombra negra?

— ¡Doctor Merino! Al fin lo encuentro.
— Oh, Bárbara. ¿Sucede algo?
— Si doctor, se había olvidado la cartera en su oficina. Parece que el Alzheimer no perdona a su edad.
— ¡Un poco de respeto a tus mayores jovencita! ¡O sufrirás la ira de Galindo!
— ¡No Isaac, por favor, todo menos escuchar a Galindo!
— Bueno Bárbara, ya que estás aquí ¿Por qué no me acompañas a cenar? Hoy tenía pensado hacer pollo con arroz con salsa especial Merino.
— ¡No me perdería su salsa por nada del mundo, Isaac!
— Bien, bien, pues entonces en marcha muchacha.
— ¡Sí señor!

Isaac Merino sin embargo no pensaba en la agradable cena que tendría con Bárbara, su mente estaba en otro sitio: la luz, el vórtice, el Ermitaño, el Renegado, el hilo rojo… demasiadas cosas indescriptibles. Muchos acertijos y pocas respuestas. Merino se ha decidido: luego de la cena con Bárbara comenzará a investigar todo lo que le ha acontecido en los últimos días. Se acabaron las dilaciones.

La búsqueda de la verdad comienza… en este preciso momento.

miércoles, 21 de abril de 2010

Galindo




Episodio 4: Galindo




—Adelante, pase por favor.


El doctor Galindo entra precipitadamente en la consulta de Merino. Su aspecto desaliñado y sus toscos rasgos demuestran que, más que a la medicina, debería haberse dedicado a la albañilería. Parece un misterio que hubiera conseguido aprobar la carrera, aunque muchos dicen que fue gracias a los turbios contactos de su padre, un hombre de dudosa reputación, quien suele moverse en círculos que rozan la ilegalidad. Su larga cabellera cobriza, atada con una gomilla utilizada desde tiempos inmemoriales, unida a sus inexpresivos ojos color carbón, dan la impresión de una persona despreocupada y poco profesional. Exactamente lo que es el doctor Galindo.


—Oiga don Isaac, quería comentarle algo del tío ese que he operao.


Isaac todavía seguía pensando en lo que acababa de sucederle, esa luz cálida que creía haber visto, el diario de Marcus, que si hilos del destino, que si tonterías cósmicas… Merino no creía en lo sobrenatural, pero esa visión escapaba a su comprensión racional.


—Eh, viejales, ¿te enteras o qué?

—Sí, Galindo, sí. Dime. ¿Qué pasa?

—Pues, a ver, el tío este en cuestión está bastante tocado. Ni pajolera idea si va a despertarse o qué va a pasar con él… el caso es que quería cambiarte el paciente, porque yo como que paso de tener un fiambre comatoso cargado sobre mi espalda, como comprenderás, claro.

—Doctor Galindo, su deber es curar a sus pacientes, no intercambiarlos con otros médicos como si fueran postales.

—¡Postales, dice el viejales! Vamos a ver, vejestorio, creo que no lo pillas. Tú vas a cambiarme tu paciente… o las cosas se van a poner feas. ¡Muy, muy, muy feas!


Isaac Merino sabe lo que eso significa. Sabe que las historias turbias que cuentan sobre la familia Galindo son ciertas, y que esta decisión puede costarle mucho. Lo sabe bastante bien.


—Galindo, márchate de mi consulta, tengo pacientes esperando y otros asuntos que requieren mi atención. Obviaré tu último comentario, haré oídos sordos, a menos que quieras que el Director Fuentes se entere de que vas amenazando a “vejestorios” porque no puedes cumplir bien tu trabajo. Tú dirás.

—Bien Merino, bien. Tú ganas, pero esto no quedará así. Tenlo por seguro, te tragarás tus palabras y vendrás rogándome el cambio.

—Sí, lo que tú digas Galindo. Sal de mi consulta en éste momento a menos que quieras que esto se ponga feo. ¡Muy, muy, muy feo!

Galindo deja escapar un gruñido, y abandona la consulta. Merino comienza su ronda de consultas, olvidándose del diario, de la luz, y de Galindo.


Hasta aquí el episodio 4, espero vuestros comentarios al respecto. Pido disculpas por la demora en subir éste capítulo, pero como recompensa, el episodio 5 estará subido el próximo Lunes.


La rueda del destino jamás parará de girar.
 
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