jueves, 27 de mayo de 2010

El Marcapasos


Episodio 6: El Marcapasos



El pequeño balcón del apartamento de Isaac se esbozaba tenuemente sobre la segunda planta de un humilde bloque de pisos, en la críptica y brumosa noche en el Carrer Ferrán número treinta y seis. Las siluetas de los transeúntes eran fugaces ráfagas de realidad para la perturbada mente del Doctor Merino.

Isaac no podía pensar, no podía responder, no podía comprender las banalidades de las que hablaba Bárbara. Su mente estaba sumergida en una vorágine de recuerdos, en un bucle constante, un círculo perfecto e infinito, que no se detenía.

Isaac, ¿Te pasa algo? Estás como en un viaje de raro desde que salimos del estacionamiento.

¿Eh? Ah, perdón Bárbara, es que tengo un par de… complicaciones con… algunos casos en el hospital y me tienen un tanto preocupado, sólo eso.

¿Seguro? Tú sabes que para eso estoy, si tienes algún problema, puedes contármelo.

Sí, lo sé Barby. Tranquila, no es nada, confía en mí.

Bueno, más le vale doctor Merino… ¡O tendremos problemas!

Sí señorita Heredia. No quiero tener problemas con la única fanática de la salsa especial Merino.

Hablando de esa salsa. ¡Ya es hora de probarla de nuevo!

Sí, subamos. Siento haberte preocupado, Barby.

Nada hombre, tú no te preocupes, que me preocupo porque quiero. Pero no quiero verte agobiado por tonterías, ¿Le ha quedado claro don Merino?

Sí, muy clarito. ¿Ya podemos entrar?

Isaac introdujo la llave en el antiguo pórtico de madera. Al abrirla, la desvencijada puerta, de la cual lo único renovado era la cerradura, cambiada hace diez años, dejó escapar un ligero pero contundente crujido. El suave espiral grisáceo de las escaleras era iluminado sutilmente por las pequeñísimas luces que acompañaban el infinito espiral de peldaños. Era un edificio antiguo, Merino creía que debía tener más de cincuenta años. Jamás nadie se había preocupado por colocar un ascensor, así que la única forma que había de subir era mediante las desvencijadas escaleras.

Bárbara ya estaba acostumbrada al tétrico edificio, no era la primera ni sería la última vez que visitaba al bueno del doctor. Merino cuidaba de la joven sevillana como si fuese la hija que nunca tuvo, aunque los sentimientos de esta iban más allá de los lazos familiares.

Mientras subían la sinuosa escalera hacia la segunda planta, Isaac escuchó un extraño chirrido metálico, irreconocible para el doctor. Merino intentó agudizar su oído para detectar de dónde provenía el desconocido sonido, pero la errática resonancia, como si hubiera adivinado lo que pensaba el doctor, cesó de forma casi instantánea.

Cuando Isaac se quiso dar cuenta, estaba en la puerta de su departamento, con Barby a su lado, quien esbozaba una sonrisa que sería capaz de derretir hasta al mismísimo glaciar Petermann. Merino le devolvió la sonrisa, y se dispuso a abrir la puerta, pero algo le llamó la atención: la cerradura había sido forzada. El cerebro de Isaac estaba sufriendo un momento crítico: las amenazas de Galindo, el Vórtice, el diario de Marcus, y ahora esto. Merino sintió un agudo dolor en el pecho. Su mano, de forma automática se dirigió al foco del dolor: su corazón. El mismo corazón débil, que le causó a su madre tantos problemas cuando Isaac era pequeño. El mismo que le hizo dudar en más de una ocasión si merecía realmente la pena estar vivo. El mismo que cuando sufría problemas o estaba bajo presión, comenzaba a lanzar suaves y constantes estocadas hasta convertirlo en una tortura. Isaac era una persona práctica, una persona que creía en la evolución de la ciencia, pero que jamás había aceptado la ayuda de un marcapasos para poder superar aquel grave problema. “Eso es para viejos, y yo estoy en la flor de la vida”, era lo que decía Merino cuando se le preguntaba sobre el “reloj”. Pero en aquel momento, con Bárbara a su lado mirándolo con impotencia, se preguntó al fin: “¿Por qué no habré aceptado la intervención? ¿Por qué no habré aceptado el marcapasos?” Pero ya era demasiado tarde. Isaac Merino cerró sus ojos, pensando otra vez en ese maldito y débil corazón, dándole problemas. Aunque esta sería tal vez la última.

El rostro de Barby empañado en lágrimas, llamando urgentemente al hospital solicitando una ambulancia, fue lo último que consiguió ver Isaac, mientras caía en las tinieblas del olvido.


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