domingo, 21 de marzo de 2010

El Despertar




Episodio 2: El Despertar

Habían pasado dos semanas desde la fatídica noche en la que aquellos dos desconocidos habían sido intervenidos en el Hospital del Mar. Los dos pacientes habían pasado por noches muy duras, transcurrido la mayor parte del tiempo en la UCI, debatiéndose constantemente entre la vida y la muerte. El paciente que había sido intervenido por el doctor Merino ya estaba totalmente despierto, mientras que el otro hombre, el que en principio revestía menor gravedad, había caído en un profundo coma. Ambos habían sufrido una contusión craneal, pero gracias a la experiencia de Isaac Merino, el hombre atendido por el veterano doctor había tenido un post-operatorio mucho más ameno, pudiendo despertar incluso después de semejante y brutal caída. Mientras que al otro desconocido lo había intervenido el doctor Galindo, un recién llegado al Hospital del Mar, quién había sido destinado a urgencias (como la mayoría de los interinos jóvenes) y resultó ser de los pocos cirujanos disponibles en el momento, hecho que afectó directamente la salud del segundo desconocido.

Durante esos dos días Isaac había mantenido el diario encontrado bajo llave en su escritorio, para que ningún curioso pudiera ponerle las manos encima, ya que los dos hombres eran el nuevo tema principal del cotilleo en el hospital. Merino se disponía a tener una charla con su paciente desconocido, quien había sido bautizado como “Pepe” entre el personal del hospital mientras éstos teorizaban acerca de la identidad de ambos desconocidos, y más teniendo en cuenta que todas las averiguaciones e indagaciones hechas por el personal del Hospital del Mar (identificaciones rutinarias en éstos casos mediante huellas dactilares o bien utilizando el sistema Reniec*) han terminado en un callejón sin salida.

Cuando Isaac llegó finalmente a la habitación de “Pepe” una mezcla de olores embargaron sus sentidos: una extraña fusión entre aromas de hospital y ambientador barato, que hacían a Isaac recordar el escaso presupuesto sanitario del Hospital del Mar y el buen corazón de las enfermeras, ya que “Pepe” era de los pocos pacientes que gozaba de unas “dulces fragancias tropicales” valoradas en menos de un euro.

El doctor Merino se dispuso a hablar, pero antes de que pudiera articular palabra alguna, “Pepe” lo observó con una mirada penetrante, analizando cada parte de la anatomía del doctor: sus ojos, sus brazos… hasta que vio el diario que sostenía entre sus manos. El mismo diario que todo el hospital quería leer, el mismo diario que Isaac había guardado celosamente para que nadie leyera su contenido hasta que alguno de los dos desconocidos despertara…

—Disculpe la indiscreción y que me salte las formalidades doctor, pero necesito que me dé ese diario, es de vital importancia.

—Antes me gustaría que me respondiera algunas preguntas. La primera y obvia: ¿quién es usted? Luego: ¿qué hacía luchando como un equilibrista con otro equilibrista en lo alto de las torres Mapfre? Y por último: ¿por qué no porta ningún tipo de identificación?

La cara del paciente demostraba una total confusión ante el colosal bombardeo de preguntas por parte del veterano doctor. Merino se dio cuenta, casi al instante, de su falta de tacto profesional al no decirle nada al paciente de su estado de salud actual:

—Disculpe mi atropellado interrogatorio. Soy el doctor Isaac Merino. Fui yo quien lo intervino quirúrgicamente hace dos semanas atrás. Afortunadamente su estado es estable en estos momentos y está teniendo una respuesta favorable a los medicamentos, aunque tendrá que pasar unas semanas en observación, ya que su operación, a pesar de haber sido exitosa, requiere un atento seguimiento clínico, por posibles secuelas o por alguna clase de alergia o rechazo a los medicamentos. Además…

—Por supuesto que queda disculpado, Doctor Merino, y le agradezco los datos clínicos sobre mi intervención, mi reacción a los medicamentos y demás detalles médicos, pero necesito que me dé ese diario de una vez por todas. Es muy importante para mí, mucho más de lo que usted cree.

Ahora fue Isaac Merino quien se sintió un tanto confuso. ¿Qué tan importante podía ser el diario que tenía en sus manos? ¿Cuál era la razón por la cual su paciente estaba tan preocupado por él, dejando a un lado los detalles de su salud, de algo tan trascendental como su lucha entre la vida y la muerte?

—No se preocupe usted, lo entiendo perfectamente. Imagino que puede servirle para poner en orden sus recuerdos, ya que la contusión pudo haberle provocado algún tipo de laguna mental.

En el rostro de “Pepe” se dibujó una media sonrisa, casi irónica.

—Exacto doctor. Tal vez pueda parecerle que soy demasiado maniático con mi salud, pero es que no quisiera parecer un… lunático.

—Por supuesto, no se inquiete. Dejaré el diario en sus manos. Volveré en unas horas, cuando haya puesto orden a su cabeza.

–Muchísimas gracias, Doctor Merino, mi coco está un poco tocado ahora mismo, pero sé que le debo a usted algunas respuestas. Le prometo que serán contestadas cuando regrese en unas horas.

Una mirada de comprensión y entendimiento cruzó el rostro del doctor Merino, quien recuerda el sufrimiento de muchos de sus compañeros durante la guerra civil, las grandes lagunas que muchos sufrían causadas por un estado de shock o por heridas demasiado graves, tanto del cuerpo como de la mente, diferentes de delirios, rallantes con la locura… Para Isaac era un alivio, casi una alegría, ser uno de los pocos supervivientes de aquella guerra infame (¿o era el único?) que no había terminado en un manicomio. Si alguien hubiera visto lo que su pelotón vio. Si alguna vez se sintiera capaz de contarlo a alguien, aunque sea para quitarse ese enorme peso de encima… pero no, no puede, o mejor dicho: sabe no debe.

—De acuerdo, y le repito: no se preocupe e intente recordar todo lo que pueda.

El Doctor Isaac está a punto de marcharse, cuando se vuelve para señalar.

—Ah, por cierto, en el hospital lo hemos apodado “Pepe”, ya que desconocemos su nombre. ¿Podría al menos responderme a esa pregunta, para saber cómo dirigirme a usted?

Mientras Isaac le hacía este último comentario, “Pepe” ya había comenzado a hojear el diario. “Pepe” pareció dudar por una fracción de segundo y dibujando una pequeña, casi imperceptible, afable sonrisa en su rostro.

—Marcus, doctor. Llámeme Marcus.


La rueda del Destino comienza a girar... ¿Qué nos deparará ésta historia?

martes, 9 de marzo de 2010

El Comienzo


Se acabó el papel de Marcus. Ahora el que escribe este blog soy yo, su autor. Lo que intenté que vierais con estas entradas al diario de Marcus era la historia del personaje, qué lo conduce, qué lo mueve, y quién es en realidad, además del misterio, del carácter mitológico que tendrá esta historia. Muchos me habéis dicho que el personaje de "Él" ha sido el que más os ha gustado, por ese retorcido y macabro sentido del humor, por esa forma de ser siniestra y a la vez absurda. Tendréis "Él" para rato, tranquilos.
Ahora, sin más dilación, comienza la historia de Marcus:



Episodio 1: Las dos caras de la moneda

Todo lo que existe en éste patético mundo es frágil. Desde las hojas secas de un árbol, siendo arrastradas por el viento a la vez que son cercenadas, hasta las construcciones más magníficas que crea el ser humano, como el Coliseo Romano, o el Taj Mahal. Los seres que creen ser los “gobernadores del mundo” jamás aprenderán: siempre que crean, destruyen. Son destructores por naturaleza, ratas de cloaca que luchan por sobrevivir y subsistir, escondiendo la fragilidad que cada uno tiene en su interior. La fragilidad de los seres humanos es casi poética: pueden morir de mil y una formas, buscan una forma de morir “con dignidad”, intentan vivir para siempre o incluso algunos, aquellos que creen que la vida es una “carga”, prefieren dejar todo atrás e inclinarse a cambiar de vida, pasar a un plano más allá de la comprensión humana… un plano que es inexistente. Aunque todos, pobres y ricos, buenos y malos, luchen o lloren, a todos, a cada uno de ellos, se los lleva Caronte. Todos son olvidados, todos desfallecen, todos sencillamente, mueren… minuto a minuto y segundo a segundo, pero ninguno realmente realiza nada notable, algo que marque una diferencia… salvo destruir. Las excusas que utilizan para demoler algo bello y quebrar la armonía de las personas, de los pueblos, de los continentes, del universo, son siempre las mismas. Aunque quieran persuadirnos o intimidarnos de que son diferentes al resto, no son copos de nieve, son seres uniformes psicológicamente. Seres que se mueven por celos. Cada pequeño elemento que está representado en nuestro mundo tiene un inicio… y tiene un final. Todos y cada uno… menos yo.



- Diario de Marcus, día 97881-


—¡Doctor Merino, tenemos una emergencia! Dos hombres, edad desconocida, ambos parecen haber caído desde las Torres MAPFRE, uno de ellos herido grave, el otro herido muy grave, ambos con grandes hemorragias causadas por arma blanca. Han perdido mucha sangre, doctor, no sé si….

—Tranquilícese, mujer, todo saldrá bien. ¿Quiénes son?, intenta averiguar el doctor Merino mientras se apresura revisar a los pacientes.

—No lo sé doctor, no portaban ningún tipo de documentación, sólo encontramos un diario… y los pocos testigos dicen que no eran de la zona…

—No se preocupe, ya averiguaremos algo de ellos, por ahora, la prioridad es salvar la vida de ambos. Primero, consígame unidades de sangre, para ambos. Y preparad dos salas de quirófano, necesitan intervenciones urgentes.

El doctor Isaac Merino era un veterano. Su rostro poseía una mezcla de distintos rasgos: tenía las típicas arrugas de una persona de la tercera edad, aunque si no fuera por esto, hubiera sido muy difícil imaginar cuántos años tendría. Su nariz aguileña destacaba, de forma increíble sobre su rostro, sus grandes ojos azules, parecían estar siempre en algún otro lugar, en un plano o en un tiempo más allá del presente. Una larga y generosa melena gris se posaba sobre sus hombros, se jactaba de no haber tenido calvos en la familia Merino desde tiempos inmemoriales. Isaac había “sobrevivido” a muchas intervenciones quirúrgicas y a muchas emergencias. A sus sesenta años, el doctor Merino había sido médico durante épocas tortuosas: había visto morir a amigos, grandes amigos, a manos de sus propios hermanos en la guerra civil; había ejercido en la clandestinidad, siendo médico para el bando republicano en la época de la dictadura, teniendo que operar con utensilios de cocina y herramientas variopintas, mientras sus pacientes, sin anestesia, pedían que acabara el mismo doctor Merino con su dolor. Nunca los escuchó, siempre luchó por ellos, aunque algunos no sobrevivieron a las intervenciones, y los que lo hacían, morían en combate. Sólo unos pocos habían llegado a ver el segundo milenio, pero esos pocos eran como hermanos para Merino.

En el Hospital Del Mar todos los días son iguales: neumonías, intentos fallidos de suicidio, accidentes marítimos, su cercanía al mar lo convierte en un centro médico que siempre ha de estar preparado para todo. Sus largos y confusos pasillos son una auténtica odisea para los médicos recién llegados, y también para los pacientes: es un paseo laberíntico moverse por este baluarte científico de la ciudad. Su vista al mar ha sido la última visión para muchos moribundos, que dejaron su vida en manos del caprichoso destino. Bañado por las aguas del mediterráneo y arquitectónicamente imponente y único, contiene, además, una de las producciones científicas más importantes del país, por lo que suele haber más científicos que médicos. Posee un inmenso rebaño de médicos inexpertos y jóvenes, salvo un puñado de viejos lobos, experimentados y curtidos en mil y una batallas. Uno de esos pocos es el doctor Isaac Merino.

Todo sucede muy deprisa, mientras el veterano doctor se dirige con paso firme y seguro a intervenir al hombre recién llegado que presenta mayor gravedad. Isaac observa el rostro de su paciente: un hombre de complexión normal, cuarenta y pocos años. Su rostro alargado transmite una fragilidad casi palpable. Su semblante parece demostrar una buena nutrición, sin llegar al exceso de la glotonería. Merino observa esa mirada de absoluta serenidad que tan bien conoce, infinitamente apacible, gracias a la anestesia. El corto pelo negro desgastado por las canas, lleno de una grotesca mezcla entre gomina y sangre, unido además a fragmentos de cristal incrustados a lo ancho y a lo largo de su cuerpo, añadido a diversos cortes profundos y rasguños lo convertían en un espectáculo dantesco.

Isaac y su equipo se pusieron manos a la obra, había una vida que debía ser salvada.






Muchísimas gracias a Paloma Blázquez Crespo
por su magnífica obra de arte.


Hasta aquí la primera parte de la historia de Marcus.
El inicio de la historia del enigmático Marcus comienza...
en este preciso momento.

 
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