Episodio 5: El VórticeLuego de un ajetreado día de trabajo y de dejar todo listo para el próximo día, Isaac se dirigió al estacionamiento. Un inmenso lugar que tiene historia. Según las señoras de la zona, en ese mismo lugar fusilaban a los rojos que intentaban luchar contra el régimen, y desde entonces sus almas rondan en reclamo de justicia por el recinto. Estas historias siempre le parecieron a Isaac Merino un mito popular, aunque después de lo acontecido, ya no sabe qué pensar. ¿Acaso tamaño mito urbano podía cobrar vida, tal como pensaban los antiguos romanos acerca de sus muertos, que devenidos en lémures salían de sus tumbas para hostigar a ciertos vivos? ¿Es posible que los muertos tuvieran asuntos pendientes en nuestro mundo, y vagasen por sitios cerrados, sin poder saborear la vida, que escapaba de la existencia de los mismos espectros? Merino fue por su automóvil, un modelo de esos que no dejaba indiferente a nadie, tanto para bien como para mal. Galindo solía hacer comentarios en su grupo de amistades (que, según él, abarcaba todo el hospital) sobre el coche del doctor Merino, intentando fomentar el odio hacia el buen doctor, como si de una vieja cotilla de barrio se tratara. Por otro lado, el flamante Karmann Ghia gris de Isaac era el automóvil favorito del Director Fuentes, por lo que más de una vez le pedía que lo llevara a dar una vuelta por los recónditos lugares de Barna, sumergiéndose así en una fantasía de la que tan sólo eran partícipes los dos viejos amigos.
La edad no perdona a nadie, ni siquiera a Isaac, quien intentaba buscar su coche, sin que la suerte esté de su lado.
— ¿Dónde lo habré dejado? ¡Madre mía, que dolor de cabeza! Hoy ha sido un día muy duro y ajetreado, y además… esa luz. Piensa Isaac, piensa. ¿Dónde dejaste el coche? Un momento…
Isaac parece recordar algo: la alarma de su coche.
— Bueno, mejor es nada. A tocar el botoncito de la alarma y a guiarme por el sonido, no me queda otra. Al menos sé que estaba en esta planta, mejor esto que nada.
Súbitamente, una figura se movía en círculos alrededor del doctor Merino entre las sombras del oscuro estacionamiento. El aparcamiento estaba totalmente vacío, y el eco de una gotera retumbaba incesantemente. La sombra comenzó a acercarse cada vez más a Isaac, creando órbitas alrededor de éste, hasta que Isaac sólo ve sombras. ¿Qué era eso? ¿La leyenda urbana de los fantasmas era cierta? ¿No eran los fantasmas seres etéreos, translúcidos, y que no tenían contacto con los humanos?
Isaac Merino nunca había tenido tanto miedo en toda su vida. Nunca había albergado tal sentimiento en su corazón. Miedo a lo desconocido, a aquello que la ciencia no era capaz de explicar. Jamás en todos sus años de servicio había visto a nadie moverse así, ni a los soldados más entrenados, ni a los atletas más ágiles. Jamás. Aquello que se encontraba rodando alrededor del doctor no era humano, estaba seguro de ello. El vórtice cada vez se cerraba más y más su alrededor. Isaac se decide, su mente consigue relajarse, aunque no del todo, lo suficiente como para intentar una jugada arriesgada… una apuesta: todo o nada.
— ¡Eh, tú, loco de mierda! Fantasma, espectro, lémur, bicho raro, lo que seas. ¿Me Oyes? ¿Qué quieres de mí?
— Tú… eres… Isaac… Merino.
— Sí, soy yo, qué listo eres bicho negro.
— Tu... hilo... del…destino…ha…sido…vinculado…al…mayor…hilo…de…
Todos… al… hilo… rojo… al… hilo… del… Renegado.
— ¿Renegado? ¿Qué quieres decir? ¿Quién eres?
— Has…visto… “La Luz”… debes…ser…purificado…
— ¡Un momento! ¿Qué era esa luz? Si sabes algo, por favor, dímelo. Me da igual quién seas o qué quieras, pero necesito saber qué significaba todo eso.
— Aún… no… es…el…momento…Isaac…Merino.
— ¿Y cuando lo será? ¡Dímelo!
A lo lejos, al otro lado del parking, se escuchan pasos rápidos. El chapoteo a través de la gotera delata la posición de la otra persona, que se dirige hacia el coche del doctor.
— ¡Doctor Merino, soy Bárbara! ¿Está usted por aquí? ¡Se ha olvidado su cartera en la consulta, aquí se la traigo!
No, todos menos ella. La pequeña Barby, a quien consiguió que admitieran como enfermera, a quien él mismo salvó de vivir como una indigente. Todos menos ella. Isaac intenta pasar a través de la vorágine negra, pero es inútil.
— Otro…hilo…se…ha…unido…al…hilo…rojo…
— ¡No, no mezcléis a Bárbara en esto, no tiene nada que ver!
— Aún…no…es…el…momento. Nos…volveremos… a…encontrar… Ermitaño… Isaac… Merino…
— ¡Eh, espera!
La sombra se ha disipado, el vórtice ha desaparecido. Todo ha vuelto a la normalidad, e Isaac se encuentra cada vez más confuso. ¿Hierofante? ¿Una sombra negra?
— ¡Doctor Merino! Al fin lo encuentro.
— Oh, Bárbara. ¿Sucede algo?
— Si doctor, se había olvidado la cartera en su oficina. Parece que el Alzheimer no perdona a su edad.
— ¡Un poco de respeto a tus mayores jovencita! ¡O sufrirás la ira de Galindo!
— ¡No Isaac, por favor, todo menos escuchar a Galindo!
— Bueno Bárbara, ya que estás aquí ¿Por qué no me acompañas a cenar? Hoy tenía pensado hacer pollo con arroz con salsa especial Merino.
— ¡No me perdería su salsa por nada del mundo, Isaac!
— Bien, bien, pues entonces en marcha muchacha.
— ¡Sí señor!
Isaac Merino sin embargo no pensaba en la agradable cena que tendría con Bárbara, su mente estaba en otro sitio: la luz, el vórtice, el Ermitaño, el Renegado, el hilo rojo… demasiadas cosas indescriptibles. Muchos acertijos y pocas respuestas. Merino se ha decidido: luego de la cena con Bárbara comenzará a investigar todo lo que le ha acontecido en los últimos días. Se acabaron las dilaciones.
La búsqueda de la verdad comienza… en este preciso momento.