martes, 16 de febrero de 2010

Diario de Marcus Día 28


No sé cómo, ni por qué, pero estoy vivo. Las heridas que “Él” me había inflingido han cicatrizado. Intento levantarme del suelo suavemente, ya que mi cuerpo está entumecido y lento, lo que significa que llevo algunos días en medio de la nada. ¿Quién me habrá curado? ¿Cómo me habrá encontrado? Dudo que me haya curado por mí mismo, ya que estaba prácticamente muerto. Ningún ser humano es capaz de curar tamañas heridas como las que “Él” me ha causado.

Estaba desangrándome, aferrándome a los vestigios de vida que quedaban en mí, dirigiéndome hacia el abismo, y no hacia la luz al final del túnel… pero entonces algo sucedió. Un pequeño destello, ni tinieblas ni luz, se dibujó en el túnel, mientras me debatía entre la vida y la muerte. Atrás habían quedado las puñaladas, el momento de éxtasis al encontrarlo a “Él”, y todo lo que había sucedido, el nacimiento de mis hijos, mi boda, cuando conocí a mi amada Marie… todo careció de importancia. Lo único que me preocupaba, que me consternaba, hasta el mismísimo punto de la obsesión, era tan sólo una cosa: el destello.

Sentía amor, adoración, admiración, como si del mismísimo Todopoderoso se tratara. Despedía una luz cálida, maternal e hipnótica. Cuando quise darme cuenta, me encontraba cara a cara con el destello. De repente una voz hizo eco en el túnel, una voz proveniente de aquel destello:

—Marcus ¿Deseas vivir?

—¿Quién eres? ¿Cómo conoces mi nombre?

—Eso carece de importancia. Responde a la pregunta que se te ha hecho, mortal.

—Sí –respondí finalmente, con el poco aliento y las pocas fuerzas que me quedaban. Deseo vivir, deseo encontrar a ese hijo de puta y vengarme. No me importa el precio, no me importa lo que tenga que sacrificar por ello, tan sólo quiero una oportunidad más para poder igualar las tornas. Haré que sufra lo mismo que yo he sufrido, me mancharé las manos con la sangre de sus hijos, con la sangre de sus seres queridos, con la sangre de cada persona que pueda importarle aunque sea un ápice. No lo mataré, tan sólo lo haré sufrir, como nadie lo ha hecho sufrir jamás, hasta el punto que desee estar muerto.

—Que así sea, Marcus. Tú mismo eres quien lleva el fino hilo de tu Destino. Tú y solo tú decidirás qué hacer llegado el momento.

—¿Quién eres?

—Hasta que volvamos a encontrarnos, en el ecuador entre la vida y la muerte, Marcus.

Y entonces desperté. Desconozco cuánto tiempo estuve en ese estado, si había alucinado esa conversación, o si había sido verdad, pero lo que sí sabía era una cosa: el Destino me había concedido una oportunidad más, una oportunidad para encontrar a ese hijo de perra y torturarlo como nunca nadie lo ha hecho jamás. ¿Cuáles eran las “normas” que “Él” había mencionado? ¿Tendría alguna razón o un motivo por lo que hizo lo que hizo?


No me importaba, en ese momento sólo quería verlo sufrir.


- Diario de Marcus, Día 28 -


2 comentarios:

 
Site Meter