martes, 9 de marzo de 2010

El Comienzo


Se acabó el papel de Marcus. Ahora el que escribe este blog soy yo, su autor. Lo que intenté que vierais con estas entradas al diario de Marcus era la historia del personaje, qué lo conduce, qué lo mueve, y quién es en realidad, además del misterio, del carácter mitológico que tendrá esta historia. Muchos me habéis dicho que el personaje de "Él" ha sido el que más os ha gustado, por ese retorcido y macabro sentido del humor, por esa forma de ser siniestra y a la vez absurda. Tendréis "Él" para rato, tranquilos.
Ahora, sin más dilación, comienza la historia de Marcus:



Episodio 1: Las dos caras de la moneda

Todo lo que existe en éste patético mundo es frágil. Desde las hojas secas de un árbol, siendo arrastradas por el viento a la vez que son cercenadas, hasta las construcciones más magníficas que crea el ser humano, como el Coliseo Romano, o el Taj Mahal. Los seres que creen ser los “gobernadores del mundo” jamás aprenderán: siempre que crean, destruyen. Son destructores por naturaleza, ratas de cloaca que luchan por sobrevivir y subsistir, escondiendo la fragilidad que cada uno tiene en su interior. La fragilidad de los seres humanos es casi poética: pueden morir de mil y una formas, buscan una forma de morir “con dignidad”, intentan vivir para siempre o incluso algunos, aquellos que creen que la vida es una “carga”, prefieren dejar todo atrás e inclinarse a cambiar de vida, pasar a un plano más allá de la comprensión humana… un plano que es inexistente. Aunque todos, pobres y ricos, buenos y malos, luchen o lloren, a todos, a cada uno de ellos, se los lleva Caronte. Todos son olvidados, todos desfallecen, todos sencillamente, mueren… minuto a minuto y segundo a segundo, pero ninguno realmente realiza nada notable, algo que marque una diferencia… salvo destruir. Las excusas que utilizan para demoler algo bello y quebrar la armonía de las personas, de los pueblos, de los continentes, del universo, son siempre las mismas. Aunque quieran persuadirnos o intimidarnos de que son diferentes al resto, no son copos de nieve, son seres uniformes psicológicamente. Seres que se mueven por celos. Cada pequeño elemento que está representado en nuestro mundo tiene un inicio… y tiene un final. Todos y cada uno… menos yo.



- Diario de Marcus, día 97881-


—¡Doctor Merino, tenemos una emergencia! Dos hombres, edad desconocida, ambos parecen haber caído desde las Torres MAPFRE, uno de ellos herido grave, el otro herido muy grave, ambos con grandes hemorragias causadas por arma blanca. Han perdido mucha sangre, doctor, no sé si….

—Tranquilícese, mujer, todo saldrá bien. ¿Quiénes son?, intenta averiguar el doctor Merino mientras se apresura revisar a los pacientes.

—No lo sé doctor, no portaban ningún tipo de documentación, sólo encontramos un diario… y los pocos testigos dicen que no eran de la zona…

—No se preocupe, ya averiguaremos algo de ellos, por ahora, la prioridad es salvar la vida de ambos. Primero, consígame unidades de sangre, para ambos. Y preparad dos salas de quirófano, necesitan intervenciones urgentes.

El doctor Isaac Merino era un veterano. Su rostro poseía una mezcla de distintos rasgos: tenía las típicas arrugas de una persona de la tercera edad, aunque si no fuera por esto, hubiera sido muy difícil imaginar cuántos años tendría. Su nariz aguileña destacaba, de forma increíble sobre su rostro, sus grandes ojos azules, parecían estar siempre en algún otro lugar, en un plano o en un tiempo más allá del presente. Una larga y generosa melena gris se posaba sobre sus hombros, se jactaba de no haber tenido calvos en la familia Merino desde tiempos inmemoriales. Isaac había “sobrevivido” a muchas intervenciones quirúrgicas y a muchas emergencias. A sus sesenta años, el doctor Merino había sido médico durante épocas tortuosas: había visto morir a amigos, grandes amigos, a manos de sus propios hermanos en la guerra civil; había ejercido en la clandestinidad, siendo médico para el bando republicano en la época de la dictadura, teniendo que operar con utensilios de cocina y herramientas variopintas, mientras sus pacientes, sin anestesia, pedían que acabara el mismo doctor Merino con su dolor. Nunca los escuchó, siempre luchó por ellos, aunque algunos no sobrevivieron a las intervenciones, y los que lo hacían, morían en combate. Sólo unos pocos habían llegado a ver el segundo milenio, pero esos pocos eran como hermanos para Merino.

En el Hospital Del Mar todos los días son iguales: neumonías, intentos fallidos de suicidio, accidentes marítimos, su cercanía al mar lo convierte en un centro médico que siempre ha de estar preparado para todo. Sus largos y confusos pasillos son una auténtica odisea para los médicos recién llegados, y también para los pacientes: es un paseo laberíntico moverse por este baluarte científico de la ciudad. Su vista al mar ha sido la última visión para muchos moribundos, que dejaron su vida en manos del caprichoso destino. Bañado por las aguas del mediterráneo y arquitectónicamente imponente y único, contiene, además, una de las producciones científicas más importantes del país, por lo que suele haber más científicos que médicos. Posee un inmenso rebaño de médicos inexpertos y jóvenes, salvo un puñado de viejos lobos, experimentados y curtidos en mil y una batallas. Uno de esos pocos es el doctor Isaac Merino.

Todo sucede muy deprisa, mientras el veterano doctor se dirige con paso firme y seguro a intervenir al hombre recién llegado que presenta mayor gravedad. Isaac observa el rostro de su paciente: un hombre de complexión normal, cuarenta y pocos años. Su rostro alargado transmite una fragilidad casi palpable. Su semblante parece demostrar una buena nutrición, sin llegar al exceso de la glotonería. Merino observa esa mirada de absoluta serenidad que tan bien conoce, infinitamente apacible, gracias a la anestesia. El corto pelo negro desgastado por las canas, lleno de una grotesca mezcla entre gomina y sangre, unido además a fragmentos de cristal incrustados a lo ancho y a lo largo de su cuerpo, añadido a diversos cortes profundos y rasguños lo convertían en un espectáculo dantesco.

Isaac y su equipo se pusieron manos a la obra, había una vida que debía ser salvada.






Muchísimas gracias a Paloma Blázquez Crespo
por su magnífica obra de arte.


Hasta aquí la primera parte de la historia de Marcus.
El inicio de la historia del enigmático Marcus comienza...
en este preciso momento.

4 comentarios:

  1. Guauuuuu que vorágine, que vuelta de tuerca le has, ese ÉL me atrapa cada vez más, me encanta, no me esperaba este giro, cada vez se pone más y emocionante.
    Espectacular Nico.
    Muchas gracias a ti, ha nacido una estrella literaria y negra.
    Un abrazo,

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  2. Sí, ratas de cloaca que luchan por sobrevivir y subsistir, escondiendo la fragilidad que cada uno tiene en su interior... Todos, menos yo. ;-)

    Un fuerte abrazo desde Brighton para el escritor y la pintora.

    Daniel Y.

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  3. Tio, por que eres tan grande?
    Un abrazo fenomeno.

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  4. Muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios, espero estar a la altura ;)

    saludos y gracias!

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